Sabiduría popular II

"Cuando el río suena... Un músico se está ahogando" Y Neyka se marchó intentando no pisar alguna seta.

Creí que era el mundo el que se había quejado.

Cuerpo triste

Amanece. Su ojo izquierdo se abre con lentitud en busca de lo conocido. Desde que llegó, no hace mucho, todas las mañanas repite, como si de un ritual se tratase, la misma operación…
Abre un ojo, mientras el otro duerme, para decidir si hoy va a levantarse. Pasa la vista con cuidado por la pared sucia y granulada de su izquierda. No reconoce a primera vista dónde está, pero aún inmóvil de frío –de miedo también- detiene su desconcertada pupila sobre el gran armario que se halla frente a ella. Mira con sigilo el óxido ennegrecido de los tiradores del empotrado. Nada está en calma. Desplaza y fija de nuevo su iris, adaptándolo a las delgadas líneas de luz que se reflejan sobre el cristal ámbar de la puerta. Luego se fija en un arcaico radiador que alguien, tal vez en un intento de hacer acogedor aquel lugar, pintó imitando el oro viejo, y que hoy, deslucidos el oro y el esmalte, queda así: viejo. Continúa el recorrido advirtiendo un nuevo tramo de pared. Observa una telaraña que no quebraron del todo y se reconstruye. También ella lo intenta, con menor habilidad que la araña. Desliza sin esmero el ojo hacia un espejo circular, a la derecha. Piensa rodearlo de pequeñas luces y hacer de su vida un cabaret. Piensa en medias de rejilla y sonríe en voz baja. Siguiendo una línea invisible desde el espejo tropieza con una cómoda: baja, sucia, desdeñada. Aún no sabe qué esconderá, no encontrará nada nuevo. Avanza su mirada hacia la ventana de aluminio gris. Gris el alma. Ha de moverse levemente para dirigir allí su vista. Su voz cansada también despierta y con cuidado, con temor a despertar lo que permanece dormido en sí, emite un sonido sordo, suspira. La persiana, que tras el cristal y entre la verja, duerme, verde, de madera, es lo que no deja ver la oscuridad, no deja ver la luz, le anuncia el alba. Con huidizo y torpe movimiento se inclina hacia la mesilla y se lamenta de su aspecto. Se canturrea y contonea, aún dormida, ya despierta, para calmarse, para no oírse. Así, de lado, mecida sobre el costado, cierra el párpado que, deslizándose sobre el húmedo y vestido de tiniebla iris común, se halla a sí mismo. Abre con prontitud e indolencia ambos ojos dejándolos inmóviles y fijos en el techo que le cobija. No sabe dónde dirigir la mirada. No ve y tampoco quiere. Su cobarde tacto en las sábanas busca impaciente situarse fuera de ellas. Casi saltando y sin apenas perturbar el viejo lecho, sale de una noche para adentrarse en otra. Su pelo erizado y su piel palidecida se sitúan en el centro del dormitorio. Las plantas de los pies acarician el embrutecido suelo de madera. Gira con cuidado, como si bailara, encontrándose ante el espejo. Allí, frente a frente, mirándose con atención, con cautela, se ve el cuerpo triste, la mirada vieja.
Alguien abre la puerta. "¡Buenos días!¡Pero bueno! Póngase algo o cogerá frío. El médico de la residencia pasará en unos minutos a reconocerle" Mientras, anuda la bata y susurra su réplica: "A ver si él lo logra..."

Sabiduría popular I

¡Qué no me gusta la mucha gente! Gritó y se quedó tan oreada.